Jean-Guihen Queyras es un destacado violonchelista francés que destaca por su técnica impecable, por su excepcional habilidad para interpretar obras de diferentes épocas y estilos y por su extenso y variado repertorio. En su tercera visita al Teatro Principal de Alicante, la primera en solitario, mostró su portentosa evolución con un programa de piezas tan atractivas como complicadas de interpretar, que proporcionó al público una experiencia rica y diversa. Toca un violonchelo de Gioffredo Cappa, hecho en 1696, lo que añade una dimensión histórica y una riqueza tonal particular a sus interpretaciones

Inició su interpretación con La Suite n.º 1 en Sol mayor BWV 1007, de Bach, una obra maestra de la música de cámara y un pilar esencial del repertorio para violonchelo solo. El artista exploró el potencial del violonchelo desde la apertura del Prelude especialmente conocida, con una serie de arpegios que se despliegan en un flujo continuo y rítmicamente libre. Este movimiento es altamente expresivo y establece el tono de toda la suite, mostrando un equilibrio entre virtuosismo y lirismo. La suite fluyó con absoluta con bella naturalidad.

Abordó a continuación La Suite n.º 6 en Re mayor, BWV 1012, del mismo autor, una de las obras más complejas y desafiantes del ciclo de las suites para violonchelo. La pieza sonó alegre y majestuosa. Destacó la maestría técnica con la que Queyras abordó la complejidad de la obra, llena de acordes dobles y triples, y pasajes rápidos y ornamentados, que recuerdan una fantasía libre. La gigue que cierra la suite es una pieza enérgica y rítmicamente compleja.

Después del descanso llegó la Sonata for Cello Solo, Op. 8, de Zoltán Kodály, una obra maestra del repertorio para violonchelo, influenciada por la música folclórica húngara. Se trata de una pieza única conocida por su innovación, complejidad y profundidad expresiva, dotada de un lenguaje armónico avanzado que incluye disonancias, modulaciones audaces y escalas modales, lo que le da a la sonata una sonoridad distintiva y moderna. El artista respondió con gran solvencia a la exigencia técnica, utilizando posiciones altas, pizzicatos, dobles cuerdas, acordes complejos y pasajes rápidos. La sonata está llena de contrastes emocionales desde la pasión y la intensidad del primer movimiento hasta la introspección y el lirismo del segundo, y la energía y el dinamismo del tercero, con sus ritmos asimétricos. Especialmente emotivo fue el uso de los silencios para crear momentos de profundo dramatismo, permitiendo que las notas y las frases respiren.

Después de la merecida ovación con la que el público premió su gran concierto, Jean-Guihen Queyras, les regaló el Preludio de la Segunda Suite, de Bach.

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