Hay conciertos que, a priori, tienen todos los ingredientes para ser inolvidables. El que ofreció la Orquesta Trondheim Soloists, dirigida por el profesor Geir Inge Lotsberg, en la Basílica de Santa María de Alicante es uno de ellos. Una gran orquesta, un programa excelente para el primer concierto de Primavera promovido por la Fundación Sociedad de Conciertos de Alicante, un marco idílico y un público que abarrotó la iglesia deseoso de disfrutar de música de la máxima calidad.
El hilo conductor del recital fueron Las cuatro estaciones, de Vivaldi, obras maestras desde la exuberancia de la Primavera hasta la desolación del Invierno. aderezadas con unas piezas perfectamente seleccionadas para enriquecer el programa.
La primera obra que interpretaron fue la Primavera, una obra de las más conocidas y queridas del repertorio de música clásica, que sonó vibrante, envuelta en una atmósfera de energía, renovación y color. Desde la primera nota los miembros de la Orquesta Trondheim Soloists dejaron patente su virtuosismo y su capacidad para impregnar la pieza de expresión emocional vívida y evocadora. El ambiente se llenó de retratos de la estación, desde pájaros trinando hasta arroyos murmurando. Especialmente cuidados y vibrantes sonaron los desafiantes y expresivo solos de violín.
Siguió la interpretación de la Sinfonía n.º 10 en Si menor, de Mendelssohn, una creación brillante, aunque poco conocida, en la que el autor explora una amplia gama de emociones creando un ambiente entre la introspección y la intensidad emocional. Muy bello sonó el scherzo lento del segundo movimiento, que le confirió a la pieza una calidad inusual. Además, los contrastes dinámicos dibujaron texturas musicales que generaron un espacio de drama y emoción que cautivaron al público.
Dieron entonces un salto hacia el vanguardismo para tocar Nachruf, del compositor noruego Arne Nordheim, una pieza que destaca por la experimentación de técnicas, sonidos únicos y texturas inusuales en el marco de la música contemporánea. Fue una experiencia muy innovadora la inmersión que disfrutaron los asistentes a un mundo sonoro envolvente, lleno de misterio y fascinación, en el que las capas de música se entrelazaron y se superpusieron con belleza e intensidad. De esta forma los músicos consiguieron una narrativa emocional excepcional que desafió las convenciones tradicionales de la música clásica.
Cerraron la primera parte con El Verano, lleno de notas evocadoras del calor sofocante del estío y las tormentas eléctricas características de esta estación. Una interpretación marcada por los rápidos arpegios y las escalas ascendentes y descendentes de un excepcional violín solista, en los que mostró su virtuosismo, representando el sol abrasador y los vientos calurosos, mientras que los acordes de truenos en la orquesta retrataron las tormentas veraniegas. Una obra evocadora de la vida rural, pero también de los contrastes del calor abrasador y la frescura nocturna, que resalta por una rica paleta de sonidos y una narrativa musical única.
El público les regaló una larga ovación antes del descanso.
La segunda parte de la actuación comenzó con El Otoño, una pieza que captura la esencia y el espíritu de esta estación a través de su brillante narrativa musical dibujada con una rica paleta de sonidos, gran vivacidad rítmica y profunda melancolía. Destacaron los cuidados contrastes dinámicos, las variaciones de tempo y los contrastes de tono. De nuevo brillaron los desafiantes pasajes solistas del violín, que transmitió una amplia gama de emociones, desde la alegría y la exuberancia hasta la reflexión y la melancolía.
Antes de llegar al Invierno, tocaron dos obras también excepcionales. El Adagio for Strings, de Barber, una pieza icónica que sonó especialmente impactante en el marco de Santa María, por su carácter profundo y conmovedor, a través de texturas musicales transparentes y delicadas que resaltaron la melodía principal, así como por las poderosas progresiones armónicas hacia clímax emotivos, desde la tristeza a la esperanza. Acometieron a continuación el Valse Triste, del compositor finlandés Jean Sibelius, una pieza melancólica y nostálgica, que cabalga en la desesperanza hasta genera una atmósfera sombría pero hermosa en los asistentes. Los tonos oscuros de las cuerdas de la orquesta sonaron magistrales para evocar una atmósfera desoladora. Especial mención requieren el desarrollo de varios temas melódicos que se entrelazaron y transformaron entre sí para dar cohesión estructural a la obra, hasta llegar a un final desgarrador con un suspiro de melancolía que se desvanece en la oscuridad.
El Invierno, cerró el programa con una interpretación técnicamente perfecta con la que retrataron escenas y fenómenos asociados a la estación, gracias a unos contrastes dramáticos que van de los momentos de calma y serenidad a los episodios de intensa tormenta y agitación. La pieza fue un reflejo de reto, desafío, lucha y resistencia, en pleno contraste con la esperanza y la resiliencia ante la adversidad. El violín solista volvió a brillar con habilidad técnica y una gran personalidad para transmitir emociones.
Después de una larguísima ovación de un público entregado y agradecido, la Orquesta Trondheim Soloists les obsequió con el bis: El Invierno» en Fa menor, Op. 8, RV 297, también de Vivaldi.