El concierto flamenco Miradas llenó de emoción el auditorio de la Obra Cultural de la Fundación Mediterráneo con un programa cuidado y llevo de matices, en las que todo el mundo disfrutó de la calidad artística y de la vivacidad de Alejandro Hurtado a la guitarra, que estuvo acompañado por el percusionista David Domínguez y por la primera bailarina del Ballet Nacional de España, Inmaculada Salomón. Una combinación perfecta de arte y recorrido por la historia del flamenco en la que tuvieron una notable presencias las piezas compuestas por Hurtado.
La primera pieza que interpretaron fue Rondeña, de Montoya, una obra exquisita y refinada, una referencia clásica en este palo, con un tempo lento, solemne y reflexivo, en el que cada nota sonó con profundidad y significado. Una primera muestra del virtuosismo técnico del guitarrista del que haría gala toda la velada. De aquí saltó a la energía de los Tangos, del mismo autor, llenos de precisión energía rítmica, que desgranaron melodías pegadizas, con impresionantes falsetas y rasgueos que aportaron color y textura a la música.
Después, llegó a la escena La Danza del Molinero, de Falla, una pieza central en la suite El Sombrero de Tres Picos» que, aunque no es estrictamente una obra de flamenco, está profundamente influenciada por los ritmos y el espíritu del folclore español. La pieza sonó brillante y colorida, llena de carácter festivo. y dinámico de la pieza apoyada en la percusión.
Dio paso Alejandro Hurtado a una de sus obras magistrales que concentra la esencia del flamenco en su forma más profunda y emotiva, la granina Cuatro Caminos, que generó una atmósfera melancólica y profunda, que mostró la depurada técnica del guitarrista, perfectamente acompañada por el baile de Inmaculada Salomón lleno de cautivadora expresividad. Le siguieron Al Sonar la Tarde, una bulería vibrante de ritmo frenético y palpitante, con amplios espacios para la improvisación. Cerró esta primera incursión en sus creaciones interpretó Tamiz, unas alegrías llenas de vitalidad, una invitación a disfrutar del espíritu festivo flamenco.
Seguidamente abordó Sevilla, de Albéniz, una de las piezas más emblemáticas de la Suite Española, Op. 47, una obra de clara influencia folclórica contagiosa, llena de frescura y colorido. En la interpretación destacaron la precisión y la claridad en los pasajes rápidos con progresiones armónicas más complejas, creando una paleta sonora vibrante y cautivadora.
Volvió por un momento a sus composiciones con la preciosa farruca A mi madre, elegante y emocional, llena de serenidad y respeto, que ofreció unos bellos contrastes expresivos, en claro homenaje al vínculo madre e hijo. Afrontó de inmediato la seguiriya La liviana, que profundiza en las raíces del flamenco con ¡una explosión de emociones desde la melancolía a la pasión más intensa.
La icónica Soleá, de Juan Arcas, se sumergió en las entrañas del flamenco para ofrecer una profundidad emocional y un dominio técnico extraordinario, que le permitió abordar unos momentos de intensa introspección en busca del alma humana.
En la recta final de la actuación compartió su creación Muelle del Tinto, unos fandangos impregnados de melodías evocativas que transmitieron una sensación de nostalgia. Sobresalieron las progresiones de acordes cuidadosamente diseñados para crear una atmósfera emocionalmente cargada que refleja la intensidad del arte flamenco.
Con las emblemáticas bulerías Río de la Miel, de Paco de Lucía, subió el calor ambiental con su ritmo enérgico y palpitante con un punto de improvisación en la que Hurtado desplegó su destreza con la guitarra con rápidos arpegios, escalas y adornos que desafiaron los límites de lo posible en el instrumento.
Para el cierre reservó La Gran Jota de Concierto, del maestro Tárrega, una pieza desafiante, una joya el repertorio clásico de la guitarra española, llena de intensidad y desafíos técnicos, que general una atmósfera flamenca de tronío. El final sonó triunfante con una exhibición del guitarrista.